íA ver quiΘn llega antes! El premio era un libro de estampas, que yo habφa recibido la vφspera, de Viena.
íA ver quiΘn llega antes a las violetas!... íA la una!... íA las dos!... íA las tres!
Salieron las ni±as corriendo, en un alegre alboroto blanco y rosa al sol amarillo. Un instante se oy≤, en el silencio que el esfuerzo mudo de sus pechos abrφa en la ma±ana, la hora lenta que daba el reloj de la torre del pueblo, el menudo cantar de un mosquitito en la colina de los pinos, que llenaban los lirios azules, el venir del agua en el regato... Llegaban las ni±as al primer naranjo, cuando Platera, que holgazaneaba por allφ, contagiado del juego, se uni≤ a ellas en su vivo correr. Ellas, por no perder, no pudieron protestar ni reφrse siquiera...
Yo les gritaba: "íQue gana Platero! í Que gana Platero!"
Sφ; Platero lleg≤ a las violetas antes que ninguna, y se qued≤ allφ, revolcßndose en la arena.
Las ni±as volvieron, protestando sofocadas, subiΘndose las medias, cogiΘndose el cabello: "íEso no vale! íEso no vale! íPues no! íPues no! íPues no, ea!"
Las dije que aquella carrera la habφa ganado Platero, y que era justo premiarlo de alg·n modo. Que bueno, que el libro, como Platero no sabia leer, se quedarφa para otra carrera de ellas; pero que a Platero habφa que darle un premio.
Ellas, seguras ya del libro, saltaban y reφan, rojas: "íSφ! íSφ! íSφ!"
Entonces, acordßndome de mφ mismo, pensΘ que Platero tendrφa el mejor premio en su esfuerzo, como yo en mis versos. Y cogiendo un poco de perejil del caj≤n de la puerta de la casera, hice una Corona, y se la puse en la cabeza, honor fugaz y mßximo, como a un lacedemonio.
